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De Olivia a Eira: historias de mujeres que se quedan en la piel de una autora

Actualizado: 29 ago


El inicio de un camino


Cuando publiqué Mecida por el viento nunca imaginé hasta qué punto Olivia, su protagonista, se quedaría en mí. No era solo un personaje inventado, ni una historia construida alrededor de un encuentro inesperado. Era, de algún modo, una parte de mí que necesitaba salir. Olivia nació de una necesidad sencilla y poderosa: escribir la historia que tenía en la cabeza. No partía de un duelo ni de una búsqueda personal, sino del impulso de dar forma a una idea que llevaba tiempo rondándome.


Publicar esa novela fue un salto al vacío. Apenas tenía presencia en redes, nadie me conocía y no conocía el mercado editorial. Sinceramente, no fue escrita para publicarla, nunca pensé en ello. Sin embargo, Olivia me acompañó en cada paso, y la historia de Mecida por el viento me enseñó que escribir no es solo contar lo que imaginas, sino descubrir tu propia voz en el proceso.



Olivia: el inicio de todo


Olivia es una mujer que llega al lector desde la fragilidad. No es heroína ni mártir, sino alguien que trata de recomponerse ante una gran pérdida personal. Lo que me fascinaba de ella era que no buscaba un nuevo comienzo, pero la vida se lo puso delante en la figura de Sean. Y, aunque no estaba preparada, tampoco podía ignorar lo que ese encuentro removería en su interior.


De Olivia aprendí la fuerza que hay en la vulnerabilidad. Aprendí que un personaje no necesita estar listo para que el lector lo sienta vivo; al contrario, su verdad está en las dudas, en los miedos, en esa mezcla de resistencia y deseo que no sabe a dónde la llevará. Olivia me mostró que, como autora, podía dejar que la fragilidad tuviera voz.



El tránsito hacia otra historia


Tras Mecida por el viento, hubo un tiempo de silencio. Durante años, la escritura quedó en segundo plano, como enterrada bajo capas de vida cotidiana: trabajo, familia, rutinas. Pero, como ocurre con las semillas, había algo que seguía germinando por dentro.


Un día, casi por casualidad, me crucé con un reportaje sobre Skara Brae, un asentamiento neolítico en las islas Orcadas. Aquel paisaje, entre arena y piedras, me atrapó. Sentí que allí había una historia esperando ser contada. No era la continuidad de Olivia, ni una segunda parte de Mecida por el viento. Era otra voz, otra época, otro lugar. Y sin embargo, en el fondo, reconocí la misma necesidad de hablar de mujeres, de vínculos, de supervivencia. Así nació la idea de Bajo la misma arena.



Eira: la mujer que resiste


En el corazón de esa nueva novela apareció Eira. Una mujer de la Edad del Bronce que vive en un poblado al borde del mar, donde cada día es una lucha por sobrevivir. A diferencia de Olivia, Eira no tiene tiempo para las dudas. Su mundo no concede espacio a la espera: hay que resistir o desaparecer.


Eira me obligó a salir de mi zona de confort como autora. Tuve que imaginar cómo era la vida sin garantías, con la enfermedad acechando, con alianzas que no siempre eran fruto del deseo, sino de la necesidad. Y en ese ejercicio descubrí algo esencial: aunque su contexto fuese remoto, sus emociones eran profundamente humanas. Miedo, amor, lealtad, rabia, esperanza. Eira me enseñó la fuerza que emerge cuando no hay más opción que resistir.



Entre Olivia y Eira: un espejo de tiempos


A primera vista, Olivia y Eira parecen opuestas. Una vive en la contemporaneidad, con la música, los viajes y las dudas de una mujer herida en el siglo XXI. La otra habita en un poblado ancestral donde la supervivencia depende de la fuerza colectiva y de las decisiones más duras. Sin embargo, cuanto más escribía a Eira, más me daba cuenta de cuánto tenían en común.


Ambas son mujeres que no eligen el momento en el que les toca vivir. Ambas se enfrentan a lo inesperado: Olivia con un amor que no buscaba, Eira con la crudeza de un destino impuesto. Y ambas me mostraron que escribir sobre mujeres es también hablar de resiliencia, de vínculos invisibles y de la capacidad de transformarnos incluso en medio de la adversidad.



Lo que me dejan como autora


De Olivia a Eira hay años de escritura y de vida. Pero también hay un hilo invisible que las une. Olivia me enseñó a no tener miedo de mostrar la fragilidad. Eira me mostró la fuerza que emerge cuando no hay más opción que resistir. Entre ambas, me ayudaron a crecer como autora, pero sobre todo como persona.


Escribir no es solo inventar. Es escuchar lo que se esconde bajo la arena y dejar que hable. Es acompañar a personajes que, de alguna manera, se quedan en ti. Olivia y Eira son distintas, pero ambas me recuerdan por qué escribo: porque en sus voces encuentro partes de mí que no podría ni imaginar.



Historias de mujeres. Un viaje que continúa


Hoy, mirando hacia atrás, veo el camino que empezó con Mecida por el viento y que sigue con Bajo la misma arena. No es solo la evolución de una trayectoria literaria: es un viaje personal en el que los personajes me han transformado tanto como yo a ellos.


De Olivia a Eira, de Madrid a las Orcadas, de la música a la arena, sigo buscando historias que me sorprendan y que, al mismo tiempo, puedan hablar a otros. Porque si algo he aprendido es que las emociones humanas no entienden de siglos.


Y mientras escribo estas líneas, sé que en algún lugar ya espera otra voz, otro personaje, otra historia.




 
 
 

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