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Viaje al origen de una novela: tras los pasos de Eira y Adriana en las Islas Orcadas

Cuando cerré el manuscrito de Bajo la misma arena, supe que tenía algo valioso entre las manos. Lo comenté con mi marido al regresar de un viaje, sintiendo que la historia estaba terminada pero no del todo completa. Me faltaba algo: visitar los lugares que habían inspirado la novela. No lo necesitaba para documentarme —la trama ya estaba escrita—, pero quería ver con mis propios ojos los paisajes que había recorrido solo con la imaginación.

Ese verano, sin un destino claro para nuestras vacaciones, sentí que debía ir a Escocia y a las Islas Orcadas. Organizamos la ruta por nuestra cuenta y, sin exagerar, fue una de las experiencias más hermosas que he vivido como escritora... y como persona.


Rumbo al norte


Desde Edimburgo, tomamos rumbo al norte por la costa este, y Escocia comenzó a desplegarse ante nosotros como un regalo. Anstruther y Crail, con sus casitas blancas y puertos tranquilos; Montrose, con su playa inmensa y su cielo abierto; y el castillo de Dunnottar, suspendido sobre un acantilado con el mar rugiendo abajo. Luego, entre los árboles, descubrimos Huntly Castle, y más tarde llegamos a Nairn, donde nos recibió un atardecer dorado sobre la playa. No sé qué tiene Escocia, pero me toca algo por dentro: su paisaje es vasto, puro y lleno de historia.

Inverness, capital de las Highlands, nos recibió con el río Ness fluyendo entre jardines e iglesias. Hay un aire legendario en cada rincón: cementerios envueltos en bruma, relatos de brujas y supersticiones. Desde allí, tomamos un tren diésel de dos vagones hasta Thurso. El trayecto, de casi cuatro horas, transcurre entre valles verdes y el mar del Norte, por un paisaje intacto que transmite una paz antigua. Thurso se siente como un Finisterre escocés: remoto, silencioso, con el horizonte abierto y el mar al fondo.

Castillo de Dunnottar
Castillo de Dunnottar
Playa de Nairn
Playa de Nairn

Cruzando al corazón de la novela


En Scrabster tomamos el ferry a las Islas Orcadas. Al pasar junto a la isla de Hoy, vimos The Old Man of Hoy, un pináculo de piedra de casi 140 metros que se alza sobre el mar. Ya en Mainland, la isla principal, recorrimos los lugares más significativos: Scapa Flow, con sus barcos hundidos tras la Primera Guerra Mundial; las Barreras de Churchill, convertidas en carreteras que cruzan el mar; y la Capilla Italiana, una iglesia construida por prisioneros italianos de la Segunda Guerra Mundial con materiales reciclados.

Capilla Italiana
Capilla Italiana
Barreras de Churchill
Barreras de Churchill

Las huellas del Neolítico


Uno de los grandes momentos del viaje fue Maeshowe, una tumba de cámara de más de 5.000 años. Acceder por su pasadizo de piedra hasta la cámara principal fue sobrecogedor. Visitamos también las Piedras de Stenness y el Anillo de Brodgar, ambos monumentales, con una atmósfera ancestral casi intacta.

Anillo de Brodgar
Anillo de Brodgar
Piedras de Stenness
Piedras de Stenness

Skara Brae: una aldea milenaria


Pero sin duda, la joya fue Skara Brae. Esta aldea neolítica, con más de cinco mil años, se conserva como si sus habitantes acabaran de marcharse. Ocho casas de piedra, conectadas entre sí, con camas, armarios y chimeneas construidas con losas encajadas a mano.

Para mí, este lugar tiene un valor especial. Aunque en Bajo la misma arena traslado la acción a la Edad de Bronce y a la isla de Sanday, Skara Brae fue mi referencia principal. Recorrer sus estructuras, imaginar a los personajes entre hogueras y pasillos, fue casi íntimo: un reencuentro con lo que llevaba tanto tiempo escribiendo.

Skara Brae
Skara Brae

Sanday: playas vírgenes y emociones profundas


Y por fin, Sanday. Una isla remota, de luz infinita y playas interminables. Campos salvajes, dunas cubiertas de hierba y un cielo que parece hablar. Esta no fue una visita cualquiera. Aquí situé el poblado ficticio de la Edad de Bronce en el que viven Eira y Adriana, separadas por milenios, unidas por la tierra. En estas playas imaginé a Eira y a Kylian viviendo su historia de amor. En estos campos vi a Adriana buscando respuestas en los estratos del tiempo.

No buscábamos un yacimiento concreto, sino el espíritu del lugar. Caminamos por la costa, sentimos el viento, escuchamos el graznido de las gaviotas y contemplamos el mar que pudo ver Eira. Todo ese silencio, esa inmensidad, contaba una historia sin palabras.

Playa de Sanday
Playa de Sanday
Playa de Sanday
Playa de Sanday
Playa de Sanday
Playa de Sanday

Un viaje compartido y sin multitudes


Ese viaje lo recorrimos mi marido y yo. Esa complicidad, ese ritmo lento, esa libertad para movernos a nuestro aire hicieron que todo fuera más especial. El norte de Escocia está casi libre de turismo. A menudo éramos los únicos en playas, carreteras o monumentos. Nuestros compañeros fueron las ovejas, vacas y cabras que salían a saludarnos.

Hoy, ya de vuelta en casa, sé que este viaje ha dado otra profundidad a la novela. He caminado los paisajes que imaginaron mis personajes. Y ya nada será igual.

 
 
 

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