El proceso de escribir una novela
- Laura Toves
- 8 ene 2020
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 14 jun
¿Escribir una novela? ¿Por dónde empiezo?
¿Cómo se empieza una novela? ¿Qué estructura sigo? ¿Cómo desarrollo la trama, los conflictos, los personajes…? ¿Y si no tengo todas las respuestas?
A la hora de escribir una novela, hay muchos elementos a tener en cuenta: diseñar un argumento sólido, definir a los personajes, planear sus conflictos, anticipar sus transformaciones y, por supuesto, saber cómo cerrar la historia. Existen multitud de recursos —libros, canales de YouTube, blogs especializados— que explican cómo hacerlo paso a paso.
Pero, ¿es imprescindible tenerlo todo claro desde el inicio?
Esa es la gran pregunta. En mi caso, la respuesta fue no. Empecé a escribir por puro impulso, sin seguir un plan detallado ni un guion previo. Y, sin embargo, al repasar el proceso, me doy cuenta de que muchas de esas pautas las fui aplicando de forma instintiva. Sabía cómo quería empezar y tenía en mente algunos capítulos clave, pero el resto fue fluyendo. La historia, poco a poco, se fue escribiendo sola.
Cuando me sentía bloqueada, bastaba con dejar volar la imaginación. Y entonces aparecían los párrafos. Y con ellos, los capítulos. Uno tras otro. Sin que yo misma pudiera prever del todo lo que venía después.
Como veis, empezar de nuevas sin conocer absolutamente nada es abrumador.

Para empezar, tuve que buscar en internet cómo se escribía un diálogo. Nunca lo había hecho y ni siquiera sabía cómo teclear la raya —sí, esa que no es un guion corto, sino el signo de puntuación correcto al inicio de cada intervención. Aprender las reglas básicas fue toda una odisea: ¿cuándo se deja espacio?, ¿cómo se puntúa dentro y fuera de la raya?, ¿qué pasa si el personaje habla y luego se describe una acción?
Empezar desde cero, sin ningún conocimiento técnico, puede ser abrumador
Lo más difícil fue dar forma a los dos primeros capítulos: enmarcar la historia que llevaba tiempo dando vueltas en mi cabeza, comenzar a desarrollar las escenas iniciales y dar vida a los personajes. Cuando por fin empezaba a tomar forma… ¡zas! Tuve que interrumpirlo todo para hacer un máster relacionado con mi trabajo, que me ocupó por completo durante diez meses. Dejé de escribir, aparqué el libro y me dediqué de lleno al estudio, al trabajo y a mi familia. También aparqué las clases de violonchelo, e incluso el estudio para la orquesta.
Muchos me preguntan de dónde saco el tiempo. La verdad es que trabajar por proyectos me ha enseñado a optimizar mis ratos libres. Aprovecho cualquier momento propicio para escribir. Por ejemplo: todos los fines de semana visito a mi madre, y durante los 45 minutos de ida y vuelta en coche, mientras mi marido conduce, yo escribo. Otras veces, en lugar de ver la película del mediodía, abro el portátil. Pero sin duda, el verano es el momento ideal para avanzar: las vacaciones permiten sumergirse más a fondo en la historia.
Eso sí, este sistema fragmentado me obliga a releer constantemente lo escrito. Al no escribir de forma continuada, a veces no sé si lo que tengo en mente ya lo he plasmado… o si solo lo pensé.
Al cabo de los tres días se sentó a mi lado y me dijo: es bueno, muy bueno, tienes que publicarlo.
Como podéis imaginar, mi forma de organizarme al escribir fue todo menos metódica. Caótica, incluso. Pero así, precisamente así, nació este libro. De hecho, cuando lo consideré “terminado”, seguí escribiendo durante semanas, hasta sentir que ya no quedaba nada más por decir. Solo entonces paré… tras 530 páginas. Cerré el portátil, me levanté y le dije a mi marido, como quien confiesa un secreto: “He escrito un libro”.
Hasta entonces, no le había contado nada. Él tampoco había preguntado. Por qué no lo hizo… quizá habría que preguntárselo a él. Lo único que me ha confesado es que pensaba que estaba escribiendo mis memorias o algo parecido. Pero cuando se lo conté, se quedó sin palabras. Empezó a leerlo ese mismo día… y no paró hasta terminarlo. En apenas tres días, lo había devorado.
Recuerdo cómo me acercaba a él en silencio, observándolo. A pesar de mis preguntas, apenas hablaba: estaba completamente absorbido. Hasta que, en un momento dado, vi algo que no olvidaré nunca: unas pequeñas lágrimas contenidas en sus ojos. Ahí supe que le había emocionado de verdad. Ese instante, esa mirada, se me quedó grabada. Pensé: he escrito algo capaz de tocar el corazón de alguien. De verdad.
Cuando terminó, se sentó a mi lado y me dijo, sin rodeos: “Es bueno. Muy bueno. Tienes que publicarlo.” Me reí, claro. ¿Yo? ¿Enviar un manuscrito a una editorial? ¿Sin haber escrito nada antes? ¡Era impensable! Pero él insistió. Y lo hizo con tanto cariño, tanta fe en la novela —y en mí—, que acabó convenciéndome. Gracias a su apoyo, su empuje y su confianza, hoy Mecida por el viento está publicada por Click Ediciones, del Grupo Planeta.
Ahora que estoy escribiendo mi segundo libro, confieso que me estoy formando en técnicas narrativas. Quiero aprender, mejorar, organizarme mejor. Pero también tengo claro que no quiero perder mi espontaneidad, esa forma intuitiva de crear que me llevó hasta aquí. Busco un equilibrio entre lo aprendido y lo sentido. ¿Lo conseguiré? No lo sé. Solo el tiempo lo dirá.
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